
En cierta medida la educación formal está diseñada para encasillar al estudiante, son muchas las razones para realizar una afirmación tal. Por mencionar algunas:
Tras varios años de participar como profesor en diferentes universidades y escuelas de educación superior he sido testigo de cómo los modelos mencionados aún gobiernan en los salones de clase. Además, un gran número de personas con las que he platicado (incluyen profesores, alumnos, directores, etc), están a la espera de que el gobierno en turno “haga algo” por cambiar las condiciones de la educación.
No les culpo por pensar así, ya que este modelo de pensamiento no es más que el fruto de una educación memorística, bancaria y de verdades absolutas, que busca hacer dependientes a las personas de una mente superior, un ente superior o una institución superior que intervenga y haga que las cosas cambien. Aduciendo que si las cosas siguen igual es porque “no hay voluntad política”.
Es un hecho, el gobierno juega una parte fundamental en el proceso de innovación de la educación, sin embargo, no es el único implicado, ya que se está dejando a un lado a varios protagonistas; los directivos, los profesores y por supuesto los alumnos.
Es de entender que el cambio inicia en los salones o fuera de estos, promovidos en cada sesión de clase por profesores y alumnos, en donde se invite al diálogo y a la aplicación del método socrático, el cual está orientado a la discusión para concebir nuevas ideas y conceptos respecto a un tema específico.
¿Cuánto talento se está desperdiciando por aferrarse a modelos obsoletos? Se trata de tomar riesgos y romper paradigmas, promoviendo una educación sin etiquetas, sino orientada a el constructivismo humano, que significa que cada persona aprende de diferente manera.
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