De dos a tres caídas

Vive a un costado de un hermoso teatro, en el Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala, en una casa construida en 1878 con adobe y madera.

Cronista deportivo desde 1965. Miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala. Con seis décadas de carrera, es el decano de los cronistas de la lucha libre en el país. En su infancia trabajó como voceador ¿quién diría que ese chiquillo que gritaba los titulares, años más tarde sería columnista y director de diferentes medios deportivos?

En una vitrina, al lado de su escritorio, se exhiben más dos docenas de gruesos libros de pasta dura que contienen sus crónicas. Ha visto sus sueños cumplidos al trabajar en lo que más disfruta, escribir y los deportes, especialmente, la lucha libre. Miguel Ángel González Ortiz es su nombre, reconocido en el medio como Mike.

De niño prefería a los técnicos, de adulto a los rudos. Argumenta que: El rudo es la estrella que no brilla, se hace odiar para que el técnico se lleve los aplausos. Nació diestro, pero a los 31 años, un accidente en el taller de tornos donde trabajaba le arrebató el brazo derecho. Desde entonces, ha vivido con una prótesis, enfrentando la vida con admirable entereza y resiliencia.

Publicó un libro entrañable, donde retrata la magia, los contrastes y los sueños de crecer durante la Primavera Democrática guatemalteca. Un testimonio nostálgico de un país que florecía y de un niño que empezaba a mirar el mundo.

Jugó como portero en la liga mayor de fútbol, relata que cuando aún no pagaban, se jugaba por amor a la camiseta, no al salario. También le hace a las rancheras. En reuniones familiares y con amigos, no falta la interpretación de Mike. Especialmente si es alguna canción de José Alfredo Jiménez, su cantante favorito.

Al comenzar cada combate, una voz profunda retumba: “¡Lucharán de dos a tres caídas… sin límite de tiempo!” Anunciando que la batalla está por comenzar.

Y así ha sido la vida de Mike, un hombre que ha librado su propio encuentro estelar por más de 90 años. Lúcido, elegante en la palabra y el vestir, y con el don de capturar con su voz la atención de quienes lo rodean, como si cada conversación fuera un arte cuidadosamente ensayado.

No sube al ring con máscara ni capa, pero es un luchador auténtico. La vida lo ha lanzado al suelo más de una vez, y él se ha levantado, decidido, sereno, invicto. Ha ganado sus propias caídas no con fuerza bruta, sino con inteligencia, resistencia y alma inquebrantable.

Para él, la edad no pesa: es solo un número. Porque su espíritu vive como lo dicta la campana: ¡Sin límite de tiempo!