Una solución definitiva para un problema permanente
Tengo una cicatriz en la muñeca de mi brazo derecho producto de un accidente en bicicleta. Conducía muy rápido, sentía que nada ni nadie podía detenerme, hasta que una piedra que no pude esquivar me hizo salir volando directo al piso. La herida tardó en sanar y se infectó varias veces. Después de un buen tiempo, al fin cerró y me dejó una cicatriz de tres centímetros.
Es posible que hayas tenido alguna caída, accidente o algo parecido que te ha dejado una cicatriz en el cuerpo, una marca permanente en la piel, en un lugar visible o no tanto. Tenemos cicatrices porque nuestro cuerpo es propenso a lastimarse, pero no solo el cuerpo es proclive a las marcas también lo es el alma.
- Una ofensa de alguien que no lo esperabas.
- Una persona a quien le diste tu confianza y terminó abusando de ella.
- Un jefe, profesor o familiar abusivo que te dijo que no servías para nada.
- Una traición de un amigo.
- Una relación sentimental tóxica, llena de peleas, faltas de respeto y agresiones.
Todo esto deja marcas. Y así con el paso del tiempo podemos ir acumulando heridas, pero peor aún, nacemos con una herida en el alma, esta herida es el pecado.
David escribe en el salmo 51:5 NTV Soy pecador de nacimiento, así es, desde el momento en que me concibió mi madre.
No nos hacemos pecadores, nacemos pecadores. A un bebé no se le enseña a hacer berrinche o ser egoísta con sus juguetes, nace con ello. El pecado no se aprende, se trae. Todos nacemos separados de Dios con una herida permanente. No somos pecadores porque pecamos, sino pecamos porque somos pecadores. El pecado es consecuencia de nuestra condición, una naturaleza pecaminosa.
Si tú le das alpiste a un buitre no se lo comerá porque se alimenta de carroña o carne podrida, si le das carroña a una paloma no la comerá pues su naturaleza está orientada a comer alpiste. Algo así es la naturaleza pecaminosa, no buscamos a Dios por cuenta propia, nuestra naturaleza lo rechaza, el pecado del hombre está en constante conflicto con Él.
Pero Dios lo sabe y ha provisto una solución definitiva para este problema permanente. La solución es Cristo, quien murió para que tengas vida, quitando no solo la mancha del pecado en tu alma sino sanando por completo tus heridas haciéndote libre de su dominio. En la cruz hubo un intercambio, sobre Él cayó tu maldad, recibió tu pecado y te entregó su justicia. Ese es el mensaje central del Evangelio, buenas noticias para el pecador.
El pecado es la herida más grande que tu alma puede tener y esta fue limpiada por Cristo en el calvario. Aún hay una cicatriz del pecado, lo cual significa que seguirás siendo tentado y tendrás un lucha diaria en contra de este. Jesús empezó su obra en ti y no quedará satisfecho hasta completarla, puedes estar convencido que quien te regaló la salvación y te hizo justo ante Dios, es el mismo que te sostiene en este proceso.